sábado, 20 de noviembre de 2010

Café al medio día


Es que hay que ver cómo la mente humana es tan voluble
Cómo cambiamos de opinión, de decisión tan rápidamente.
Basta ya para eso una leve intervención extranjera,
Que nada tiene que ver con nada;
Que viene egoístamente a decir cualquier cosa
Y espera, simplemente, que cumplas;
Hazlo, te dice. Y yo me repito: hazlo.

Hay que ver cómo la sombra se intensifica,
Como mi sombra se desvanece,
Se funde con el frío,
O tal vez cálido de la ciudad.

Recordando ayer ella se dijo,
¿Qué se dijo?
Ah, sí. Ella lo recuerda, pero no sabe si será capaz de cumplirlo.
Ella se dice tantas cosas,
Dice tantas cosas bastante convencida de ellas,
Es cierto.
Pero pronto ese convencimiento se convierte en duda,
Se infecta de inseguridad
Y se camufla en prudencia. 

Es cuando se funde con la gente,
Es cuando empieza a actuar.

El monstruo no es externo,
Pero vaya que ayuda.
El monstruo está dentro.
El monstruo es verde como el moho,
Y sus ojos, dos esferas rojas.
Si lo vieras,
Seguro pensarías que si los picaras con una aguja,
Dos cascadas de sangre caerían libremente de esa presión esférica.
O tal vez no; tal vez a mí es a la única que se le ocurriría.
Ya no importa mucho.
Nunca importó.

Mejor me iré a tomar un café.
¿Con cuántas de azúcar?
Con todo el tarro, por favor. 
¿O sabe qué? 
Mejor sin ninguna. 
Ésta vez quiero apreciar el amargo sin nada que lo disimule.